La obligación del portero, sirviente o miembro de la familia sirviendo en ese empleo, es platicar con cualquier visitante que llame a la puerta y que desee ser admitido. El objeto de ello es dar oportunidad para reconocer la voz del visitante, e identificarlo como amigo. No se espera que la puerta se abra al llamar. El que está dentro dirá: "¿Quién?" y el que está fuera, en vez de dar su nombre, contestará "Yo". En Hechos 12:13 y 14 se dice: "Y tocando Pedro a la puerta del patio, salió una muchacha, para escuchar, llamada Rhode, la cual como conoció la voz de Pedro, de gozo no abrió el postigo".
Cuando Rhode había escuchado la voz de Pedro entonces supo quién estaba fuera. Las conocidas palabras del Apocalipsis 3:20 nos presentan la misma idea. "He aquí., yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz, y abriere la puerta, entraré a él". Debemos reconocer la voz del Salvador que está llamando. Cuando Jesús fue caminando sobre las aguas hacia los temerosos discípulos en la tempestad, no dijo: "Soy Jesús, no tengáis miedo". Dijo más bien, .Yo soy, no temáis" (Mat. 14:27; Marc. 6:50; Juan 6:20). Oyeron SU VOZ y reconocieron que era la de Jesús. Los orientales están muy entrenados para escuchar las voces y por ello reconocen la de un amigo.
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